#PoesíaEnAdviento Jamás pudiera el hombre con su historia




Jamás pudiera el hombre con su historia
estar a la sazón de un Dios humano;
los siglos Dios los hizo, Dios los llena,
y cuando diga Dios, vendrá encarnado.

Mas quiso Dios y quiso desde siempre
y dulce y suavemente nos fue dando
la Ley y los Profetas y plegarias
y en una Madre todo fue acabado.

¡Oh Padre Dios, amigo de los hombres,
de excelso amor, más grande que el pecado,
eternamente gracias por tu Hijo,
que tú nos diste, don de tu regazo! Amén.


Fray Rufino María Grández, "Himnario de Adviento y Navidad".



#PoesíaEnAdviento La visita


Así de natural: me recogí en mi rezo

y un jarro de azucenas me retuvo en el sitio.
Y vino una paloma y una cinta de oro
me alcanzó desde ella y endendió mis sentidos.
Me oreó con su vuelo, y quedó todo el cuarto
suspenso en una paz que hizo crujr los quicios.

María Victoria Atencia




#MeditarEnAdviento Sobre los dos Advientos y las alas plateadas



Es justo, hermanos, que celebréis con gran devoción la venida del Señor, inundados de tanto consuelo, asombrados por semejante favor, e inflamados en un amor sin igual. No penséis sólo en el que viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Pensad también en el que vendrá y nos tomará consigo ¡ojalá os ocupéis de estos dos advientos en una incesante meditación, rumiando en vuestros corazones todo cuanto nos concedió en el primero y nos prometió en el segundo!¡Ojalá durmáis tranquilos entre estos dos tesoros! Ved los dos brazos del esposo; entre ellos, adormecida, balbucía la esposa: Su izquierda reposa bajo mi cabeza y con su diestra me abraza. Como leemos en otro pasaje, las riquezas y la gloria están en su izquierda; los largos años, en su derecha.
Hijos de Adán, raza mezquina y ambiciosa, escuchad: ¿por qué te inquietas por las riquezas terrenas y la gloria pasajera, que no son auténticas ni vuestras? El oro y la plata, ¿qué son sino tierra rojiza y blanca, que únicamente el error humano los estima y los cree preciosos? Y, si esto es vuestro, llevároslo. Pero el hombre, cuando muera, no se llevará nada, su gloria no bajará con él.
Las auténticas riquezas no son las propiedades; son las virtudes, ornato de la conciencia, que la hacen eternamente rica. Sobre la gloria se expresa el Apóstol: Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia. Nuestra verdadera gloria nos viene del Espíritu de la verdad: Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Pero la gloria que los hombres se granjean unos a otros no les despierta a la gloria, que viene sólo de Dios. Su gloria es pura apariencia, porque los hombres son vanos.
Eres un insensato. Echas ganancias en saco roto y dejas tu tesoro en la puerta del vecino. ¿No sabes que este arca no se cierra y que ni siquiera tiene tranca? Bien lo saben aquellos que no pierden de vista su tesoro ni lo confían a nadie. ¿Lo van a conservar y a guardar para siempre? Ya vendrá el momento en que salgan al descubierto los secretos del corazón, y todo lo que se haya manifestado antes no hará acto de presencia. Por eso se apagan los candiles de las muchachas necias ante el Señor que llega. Y como ya habían recibido su recompensa, son ignoradas por el Señor. Por eso os digo, amadísimos, que es preferible esconder que enseñar lo bueno que podamos tener. Los mendigos, cuando piden limosna, no se visten con ostentación, se quedan casi desnudos y muestran las llagas que tienen para mover a compasión. El publicano tuvo en cuenta esta norma mucho más que el fariseo; por eso bajó a su casa en paz con Dios, mucho más que el otro.
Hermanos, ha llegado el momento del juicio, y está comenzando por la casa de Dios. ¿Cuál será el final de aquellos que no obedecen al Evangelio? ¿Qué clase de juicio les espera a los que queden condenados? Los que no quieren someterse ahora a este juicio en el que se expulsa al jefe de este mundo, que aguarden al juez; más aún, témanlo. Porque ellos también van a ser expulsados con su jefe. Nosotros, en cambio, si nos dejamos juzgar ahora, aguardemos confiados al Salvador, nuestro Señor Jesucristo; Él transformará la bajeza de nuestro ser, reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Entonces, los justos brillarán, y se podrá ver a los sabios con los ignorantes. Brillarán como el sol en el reino de su Padre. Será una luz siete veces mayor que la del sol, como la suma de luz en siete días.
Cuando llegue el Salvador, transformará la bajeza de nuestro ser, reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo; a condición de que el corazón quede previamente transformado, reproduciendo la humildad del suyo. Por eso va pregonando: Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón. Fíjate en esta expresión, porque hay una doble humildad: humildad de conocimiento y humildad de afección, llamada aquí de corazón. Por la primera reconocemos que no somos nada; la vamos aprendiendo en la experiencia de nuestras propias debilidades. Por la segunda pisoteamos la gloria del mundo; la aprendemos de aquel que se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo; solicitado como rey, huyó; y, buscado para aguantar tanto hasta el ignominioso suplicio de la cruz, se entregó espontáneamente. Por tanto, si deseamos dormir entre los dos tesoros, los dos advientos, plateemos nuestras alas; habituémonos a aquellas virtudes que nos recomendó Cristo, de palabra y ejemplo, durante su vida mortal. La plata simboliza su humanidad; el oro, su divinidad.
La virtud que practicamos no es verdadera si es completamente ajena a la de nuestro modelo. Y nuestras alas no sirven para nada si no están plateadas. Ala de envergadura es la pobreza, que de dos batidas se remonta hasta el Reino de los cielos. Las restantes virtudes nos orientan en la promesa hacia el futuro del Reino. A la pobreza no se promete el Reino; se le da. Por eso alude a la vida presente: Tiene ya el Reino de los cielos. Mientras que en los otros enunciados se dice: van a heredar, serán consolados, o alto semejante.
Vemos, sin embargo, a algunos pobres que no viven la verdadera pobreza, de lo contrario no estarían tan apocados y tristes, como corresponde a reyes, y reyes del cielo. Quieren ser pobres a condición de que no les falte nada. Les gusta la pobreza, pero no aguantan ninguna privación. Otros son mansos mientras no se les contraría en palabras y actitudes. Pero se puede comprobar lo alejados que están de la verdadera mansedumbre frente a la más ligera oportunidad. ¿Qué herencia va a tener esta mansedumbre, si naufraga con antelación? Constato también que otros lloran. Pero, si esas lágrimas brotasen del corazón, aprisa no las agostaría tan fácilmente. Se entretienen en palabrerías inútiles y superficiales después de haber humedecido los ojos. A mi entender, no se ha prometido el divino consuelo a tal género de sollozos, pues fácilmente se acogen a cualquier consuelo deleznable.
Otros se indignan contra las faltas de los demás. Parece como si, a primera vista, tuvieran hambre y sed de justicia. Sería cierto si aplicasen a sus propios pecados los mismos principios. Pero el Señor aborrece dos pesos desiguales. Y, si arden de indignación ante tanto descaro y son duros para los demás, se adulan necia e infantilmente a sí mismos.
Existe un cierto tipo de personas misericordiosas, pero siempre a costa de los bienes del vecino. Se escandalizan si no se distribuyen las existencias con generosidad, procurando, claro está, que a ellos ni se les toque. Si fuesen compasivos de verdad, tendrían que cooperar con sus propios bienes. Y, si no pueden contribuir materialmente, al menos, con la mejor intención, deben perdonar a quienes quizá les han ofendido. Bastaría cualquier gesto benévolo, una palabra de aliento -que vale más que todo don-, para moverles a penitencia.
O al menos cubrirían con la compasión y la oración a quienes se sabe que viven en pecado. De otro modo, su compasión es una farsa y no suscitará compasión alguna. Hay igualmente quienes de tal modo confiesan sus pecados, que parece que una tal actitud brota del deseo de purificar el corazón, pues todo se purifica en la confesión. Pero se sabe que eso mismo que expresan con espontaneidad, no lo soportan en los labios de los demás. Y, si quisieran purificarse de verdad, no se irritarían; serían agradecidos a quienes les señalan sus faltas. Hay otros que con sólo ver a cualquiera que se escandaliza por algo, se desasosiegan hasta que no les devuelven la paz; pasarían por pacíficos, a menos que sus enfados contra quienes han dicho o hecho algo en contra de ellos no necesitaran de tanto tiempo, ni pasarán terribles agobios para calmarse. Si amaran la paz por encima de todo, no cabría duda que la buscarían para ellos mismos.
Plateemos, por tanto, nuestras plumas en la vida de Cristo, como los mártires lavaron sus vestidos en la pasión del Señor. Imitemos, según nuestro alcance, a aquel que se abrazó a la pobreza y, aunque tiene en sus manos los goznes de la tierra, no tuvo nada para reclinar su cabeza.
Recordemos cómo aquellos discípulos que viven apiñados a él, acuciados por el hambre, frotan las espigas con las manos mientras atraviesan unos trigales. Él, como cordero llevado al matadero, como una oveja ante el esquilador, enmudeció y no abrió la boca. Lloró ante el cadáver de Lázaro y contemplando la ciudad. Leemos que pasaba noches enteras en oración, que nunca ha reído o bromeado. De tal forma tuvo hambre de justicia, que, al no tener pecados personales, se exigió a sí mismo una incalculable satisfacción por nuestros pecados. La sed que le devoró en la cruz fue la de la justicia. No dudó en morir por sus enemigos; oró por los que le crucificaban; no cometió pecado alguno; escuchó con paciencia las acusaciones de los demás y aguantó lo indecible para reconciliarse con los pecadores.

San Bernardo, "Sermones de Adviento", cuarto sermón



#MeditarEnAdviento Motivos de confianza en la encarnación del Verbo


Considera, alma mía, cómo el Eterno Padre, dándonos a su querido Hijo por redentor, no podía facilitarnos motivos más poderosos de confianza en su misericordia ni mas fuertes para amar su infinita bondad, ya que no podía patentizarnos prueba más evidente del deseo que tiene de nuestro bien y del amor inmenso que nos tiene, pues dándonos su Hijo, no tiene ya más que darnos.
¡Oh Dios eterno, que todos los hombres alaben vuestra infinita caridad!
Habiéndonos Dios dado a su Hijo, a quien ama tanto como a sí mismo, ¿cómo habríamos de temer, dice el Apóstol, que nos rehusara cualquier gracia que le pidiéramos? El Dios que nos dio a Su Hijo no nos negara el perdón de las ofensas que le hubiéramos hecho si las detestamos sinceramente; no nos negara la gracia de resistir a las tentaciones cuando se lo pedimos; no nos negara el santo amor cuando lo deseamos; no nos negara, finalmente, el paraíso, con tal de que no nos hagamos indignos de él por el pecado. Jesús mismo nos lo asegura en estos términos: Si alguna cosa pidiereis al Padre, os la concederá en nombre mío.
Apoyado, por tanto, en esta promesa, Dios mío, os pido que por amor de vuestro Hijo Jesús me perdonéis cuanto os injurie. Dadme la santa perseverancia en vuestra gracia hasta la muerte. Dadme vuestra santo amor, que me desprenda de todo para amar sólo a vuestra infinita bondad. Dadme el paraíso, para que llegue a amaros allí con todas mis fuerzas y para siempre, sin temor de dejaros ya de amar.
Asegúranos, por fin, el Apóstol que, poseyendo a Jesucristo, tan ricos somos de todo bien, que no nos falta gracia alguna.
Si, Jesús mío, vos sois todo bien, vos solo me bastáis y por vos solo suspiro. Si en lo pasado os he alejado de mi por el pecado, me arrepiento ahora de ello con todo mi corazón. Perdonadme y volved a mí, Señor, y si ya estáis conmigo, como lo espero, no os apartéis mas de mi, mejor diré, no permitáis que yo os vuelva a arrojar de mi alma. Jesús mío, Jesús mío, mi tesoro, mi amor, mi todo, os amo, os amo, os amo y quiero amaros siempre.- ¡Oh María, esperanza mía, haced que siempre ame a Jesús!

San Alfonso María de Ligorio, "Meditaciones fe Adviento" (Meditación 3)



#CantarEnAdviento Ven, Señor, a salvarnos



Ven, Señor Jesús,
Ven, Señor a salvarnos,
Ven, Señor, esperamos la luz de tu salvación,
Ven, Señor, esperamos la luz de tu salvación.









#FiguradelBeléndehoy miércoles 30 de noviembre de 2016

Faltan 25 días para Navidad. ¡Armemos un belén espiritual!
#FiguradelBeléndehoy Una decena del Rosario por las embarazadas y los niños por nacer.

#PoesíaEnAdviento La espera que es de Dios a Dios nos lleva




La espera que es de Dios a Dios nos lleva,
estrella que él enciende a él nos guía;
con Ana y Simeón, con los humildes,
nosotros esperamos su venida.

Floridas esperanzas, pan del pobre
que nada tiene quien al cielo mira,
¡qué dulce es esperar en la promesa,
si Dios amor es él la garantía!

Oh Padre Dios, mayor que los deseos,
que siembras esperanzas que germinan,
nosotros expectantes te alabamos,
¡oh!, colma con Jesús nuestra alegría.


Fray Rufino María Grández, "Himnario de Adviento y Navidad".



#PoesíaEnAdviento Anunciación

¡Trasunto de cristal,
bello como un esmalte de ataujía!
Desde la galería
esbelta, se veía
el jardín.
Y María
virgen, tímida, plena
de gracia, igual que una azucena,
se doblaba al anuncio celestial.
Un vivo pajarillo
volaba en una rosa.
El alba era primorosa.
Y, cual la luna matinal,
se perdía en el sol nuevo y sencillo,
el ala de Gabriel, blanco y triunfal.
¡Memoria de cristal!

Juan Ramón Jiménez (1881–1958)




#MeditarEnAdviento Bondad de Dios Padre y de Dios Hijo en la obra de la redención


Dios creó a Adán y lo enriqueció de dones; pero el hombre, ingrato, lo ultrajó con el pecado, privándose a si y a su descendencia de la divina gracia y del paraíso. Ved, pues, al género humano perdido y sin remedio. El hombre había ofendido a Dios, por lo que era incapaz de ofrendarle digna satisfacción: era preciso que una persona divina satisficiese por él. ¿Qué hizo el Padre Eterno para remediar tal perdida? Mandó a su propio Hijo que se hiciera hombre y se revistiera de la misma carne pecadora, para que con la muerte pagase a la divina justicia las deudas y facilitase el retorno a la divina gracia.
Dios mío, si vuestra bondad infinita no hubiese encontrado este remedio, ¿quién se hubiera jamás atrevido a pedirlo y ni aun a imaginarlo?
¡Que extrañeza debió causar a los ángeles el gran amor que Dios mostró al hombre rebelde! ¡Que dirían al ver al Verbo eterno hecho hombre y revestido de la misma carne que tenían los pecadores, apareciendo así ante el mundo el Verbo encarnado como uno de tantos pecadores!
¡Cuán obligados estamos, Jesús mío, a patentizaros nuestro amor, y yo más que los demás, por haberos ofendido más que todos! Si no hubierais venido a salvarme, ¿qué hubiera sido de mí por toda la eternidad? ¿Quién podría librarme de las penas por mí merecidas? Seáis siempre bendito y alabado por tanta caridad.
El hijo de Dios baja, pues, del cielo a la tierra para hacerse hombre y vivir vida penosa; viene a morir en una cruz por amor a los hombres, y los hombres que esto crean, ¿será posible que amen otra cosa que a un Dios encarnado?
¡Ah, Jesús, Salvador mío!, no quiero amar nada fuera de Vos. Puesto que Vos tan solo me habéis amado, a solo Vos quiero amar. Renuncio a todos los bienes creados: solo Vos me bastáis, ¡Oh inmenso e infinito bien! Si en lo pasado os disguste, ahora me arrepiento, y quisiera que este mi dolor me hiciese morir para compensar de alguna manera los disgustos que os he causado. ¡Ah, no permitáis que en lo porvenir sea ingrato al amor que me manifestasteis! No, Jesús mío, haced que os ame y tratadme después como os plazca. ¡Oh bondad infinita, oh amor infinito, no quiero vivir sin amaros! ¡Oh María, Madre de misericordia, os pido me alcancéis la gracia de amar siempre a Dios!

San Alfonso María de Ligorio, "Meditaciones fe Adviento" (Meditación 2)



#MeditarEnAdviento Las siete columnas



Cuando considero, al celebrar este tiempo de Adviento del Señor, quién es el que viene, me desborda la excelencia de su majestad. Y, si me fijo hacia quiénes se dirige, me espanta su gracia incomprensible. Los ángeles no salen de su asombro al verse superiores a aquel que adoran desde siempre y cómo bajan y suben, a la vista de todos, en torno al Hijo del hombre. Al considerar el motivo de su venida, abarco, en cuanto me es posible, la extensión sin límites de la caridad. Y cuando me fijo en las circunstancias, comprendo la elevación de la vida humana. Viene el Creador y Señor del mundo, viene a los hombres. Viene por los hombres. Viene el hombre.
Alguien dirá: ¿Cómo puede hablarse de la venida de quien siempre ha estado en todas partes? Estaba en el mundo, y, aunque el mundo lo hizo él, el mundo no lo conoció. El Adviento no es una llegada de quien Ya estaba presente; es la aparición de quien permanecía oculto. Se revistió de la condición humana para que a través de ella fuera posible conocer al que habita en una luz inaccesible. No desdice de la majestad aparecer en aquella misma semejanza suya que había creado desde el principio. Tampoco es indigno de Dios manifestarse en su propia imagen a quienes resulta inaccesible su identidad: El que había creado al hombre a su imagen y semejanza, se hizo hombre para darse a conocer a los hombres.
La Iglesia universal celebra cada año la solemne memoria de la venida de tanta majestad, tanta humildad y tanta caridad, e incluso de nuestra incomparable exaltación.¡Y ojalá fuese una perenne realidad! Sería lo más propio.¡Qué incongruente es la vida humana después de la venida de Rey tan extraordinario si buscamos y nos comprometemos con otros asuntos embarazosos en vez de dedicarnos a este único culto, dejando de lado en su presencia todo lo demás! Pero no todos cumplen lo del Profeta: Eructan la memoria de tu inmensa suavidad. Ni todos se alimentan de esta memoria. Es evidente que no se puede eructar sin haber gustado, pero tampoco lo hará el que se ha contentado con sólo gustar. La plenitud y la saciedad provocan el eructo. Por eso, los de vida y mentalidad mundana, aunque celebran esta memoria, no eructan nunca. Pasan estos días en la aridez habitual, sin devoción y sin afecto. Y lo que es más reprochable, la memoria de este acontecimiento les da pie a consuelos carnales. Por eso los ves que preparan durante estos días vestidos elegantes y refinamientos culinarios, como si Cristo en su nacimiento buscara cosas parecidas y se le tributara una acogida más cálida donde aparecen semejantes detalles. Oye sus palabras: Con los de ojos engreídos y de corazón insaciable no compartiré mi pan.
¿A qué vienen tantos antojos en el vestido para preparar mi nacimiento? Detesto la ostentación; no la quiero. ¿A qué tanto prurito durante estos días hacia todo tipo de manjares? Repruebo las satisfacciones del cuerpo; no las acepto. Tienes un corazón insaciable preparando tantas cosas y gastando tanto tiempo, cuando el cuerpo necesita de muy poco y sólo lo que le sale al paso. Celebras, sí, mi Adviento con los labios, pero tu corazón está lejos de mí. No me honras. Tu dios es tu estómago, y tu gloria, tu misma vergüenza. Desgraciado hasta los tuétanos el que fomenta los deleites del cuerpo y la vanidad de la jactancia. Dichoso el pueblo cuyo Dios es su Señor.
Hermanos, no os exasperéis por los malvados ni envidiéis a los inicuos. Pensad, más bien, en su destino, compadeceos entrañablemente y orad por los que viven enredados en el pecado. Obran así esos miserables porque desconocen a Dios, pues si lo hubiesen conocido, nunca habrían provocado al Señor de la gloria en contra de ellos.
Para nosotros, queridos, no hay excusa de ignorancia. Sabes bien quién es. Y si dijeras- que no lo conoces, serás, como los mundanos, un mentiroso. Pero supongamos que no lo conoces; respóndeme entonces: ¿quién te trajo a este lugar? ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Quién te ha persuadido a renunciar espontáneamente al cariño de tus amigos, a los placeres del cuerpo, a las vanidades del mundo; y encomendar tus afanes al Señor, descargando en él todo tu agobio? Nada bueno te merecías; al contrario, mucho mal, según el testimonio de tu conciencia. ¿Quién, repito, podría persuadirte de todo eso, si ignorabas que el Señor es bueno para los que esperan en él y para el alma que lo busca? ¿Si no supieses que el Señor es bueno y piadoso, muy misericordioso y fiel? ¿Dónde has aprendido todo esto sino en su venida a ti y en ti?
Conocemos, efectivamente, tres venidas suyas: a los hombres, en los hombres y contra los hombres. Vino para todos los hombres sin condición alguna, pero no así en todos o contra todos. La primera y tercera venidas son conocidas por ser manifiestas. Sobre la segunda, que es espiritual y latente, escucha al Señor lo que dice: El que me ama, cumplirá mi palabra; mi Padre lo amará, vendremos a él y en él haremos una morada. Dichoso aquel en quien haces tu morada, Señor Jesús. Dichoso aquel en quien la sabiduría se ha edificado una casa. Ha labrado siete columnas. Feliz el alma que es trono de la Sabiduría.
¿Y quién es ésa? El alma del justo, porque la justicia y el derecho preparan tu trono. ¿Quién de entre vosotros, hermanos, desea preparar en su alma un trono para Cristo? Piense en las sedas, alfombras y almohadas que debe prepararle. Está escrito que la justicia y el derecho preparan su trono. La virtud de la justicia consiste en distribuir a cada cual lo que le corresponde. Por tanto, distribuye tú a tres lo que es de ellos. Devuelve al superior, devuelve al inferior, devuelve al compañero lo que les debes. Entonces celebrarás convenientemente la venida de Cristo, preparándole en la justicia su trono. Devuelve, insisto, reverencia y obediencia al superior; la primera, en cuanto disposición de corazón; la segunda, como actitud externa. No hasta obedecer exteriormente. Debemos enaltecer a nuestros superiores con el íntimo afecto del corazón. Y aunque conozcamos la vida reprochable de algún prelado y no hubiese posibilidad de disimulo ni de excusa, incluso entonces, por respeto a aquel de quien deriva toda autoridad, este otro que así conocemos se hace acreedor de estima, no por unos méritos que no tiene, sino por deferencia al plan divino y a la misión que desempeña.
Igualmente, respecto a nuestros hermanos, con los que compartimos la vida, estamos obligados a prestar ayuda y consejo por un mismo derecho de paternidad y de solidaridad humana. Incluso nosotros deseamos sus servicios: consejo que instruya nuestra ignorancia, y ayuda que sostenga nuestra debilidad. Quizá alguien de vosotros pensará: ¿Qué consejo puedo yo dar al hermano, si no se me permite ni musitar una palabra sin permiso? ¿Qué ayuda puedo ofrecer, cuando debo contar, hasta en lo más mínimo, con el superior?
Yo te respondo: Nada echarás en falta si vives el amor fraterno. Creo que el mejor consejo es tu actitud de enseñar a tu hermano lo que conviene y lo que no conviene hacer; estimulándolo y aconsejándole en lo mejor no con palabras ni con la lengua, sino con la conducta y la verdad. ¿Puede imaginarse una ayuda más útil y eficaz que la oración fervorosa por él, sin pasar por alto sus faltas? De este modo no le pones tropiezo y además, en la medida de lo posible, te preocupas, como el mensajero de paz, de arrancar de raíz los escándalos y de evitar las ocasiones de escándalo en el reino de Dios. Si te portas con tu hermano como consejero y amparo, le devuelves lo que le debes, y él ya no podrá quejarse de nada.
Si eres superior de alguien, le debes mayor delicadeza y solicitud. Te exige fidelidad y disciplina. Fidelidad para evitar el pecado y disciplina para que no quede impune lo que no se procura evitar. Incluso, si no eres superior de ningún hermano, te queda la responsabilidad de expresar esta fidelidad y disciplina. Me refiero a tu cuerpo, que tu espíritu asumió para dirigirlo. Le debes fidelidad para que no reine en él el pecado, no para que tus miembros se conviertan en instrumentos de iniquidad. Le debes disciplina para que dé frutos dignos de arrepentimiento, castigándolo y obligándolo a que te sirva.
Pero la deuda más grave y peligrosa pesa sobre quienes tienen que rendir cuentas de muchas almas. ¿Qué haré yo, desgraciado? ¿Hacia dónde me volveré, si he descuidado este tesoro tan estimable y este depósito tan precioso, que Cristo apreció mucho más que su propia sangre? Si hubiese recogido la sangre del Señor que goteaba de la cruz y la hubiese guardado en un vaso de cristal con la obligación de ir trasladándolo de lugar,¡qué atención pondría en evitar cualquier riesgo! Pues he recibido un encargo parecido; por él, un comerciante inteligente, la Sabiduría misma, entregó su sangre. Pero llevo este tesoro en vasijas de barro, que corren más riesgo que los recipientes de cristal.
A este cúmulo de solicitudes hay que añadir el peso del temor, que exige la fidelidad de mi conciencia y la de los demás. Ninguna de las dos conozco lo suficiente. Ambas son un abismo insondable, una noche. Y, sin embargo, se me exige responsabilidad; y me repiten sin cesar: Centinela, ¿qué hay en la noche? ¿Qué hay en la noche? Y yo no puedo contestar como Caín: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Más bien debo confesar humildemente con el profeta: Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el que la defiende. Unicamente se me podrá excusar si, como he dicho, me desvelo en la fidelidad y en la disciplina. Y si se dan las cuatro condiciones ya mencionadas que conciernen a la justicia, es decir, la reverencia y obediencia a los superiores y el consejo y ayuda a los hermanos, entonces encontrará la Sabiduría un trono adecuado.
Estas son, al parecer, las seis columnas que labró la Sabiduría en la casa que se edificó para sí misma. Pero hemos de buscar la séptima, por si acaso la Sabiduría nos la da a conocer.
¿Qué impide que así como la seis columnas mencionadas significan la justicia, la séptima signifique el juicio? No se habla sólo de la justicia, sino de la justicia y el Juicio que sostiene tu trono. En fin, si a los superiores, a los iguales y a los inferiores les damos lo que les corresponde, ¿Dios no recibirá nada? Es cierto que nadie puede volverle lo que se le debe, pues ha derramado copiosamente su misericordia sobre nosotros y le hemos ofendido mucho; somos muy frágiles e insignificantes, y él se basta así mismo, no necesitando nada de nosotros.
Escucha, por fin, cómo se pide con mayor insistencia que practiques el Juicio después de la justicia: Cuando hayáis hecho todo lo que está mandado, decid: Somos unos criados inútiles. Esto es lo que pertenece al hombre, como trono digno y disponible al Señor de majestad; pero con tal de que se afane en cumplir los mandatos de la justicia y se tenga siempre por indigno e inútil.

San Bernardo, "Sermones de Adviento", tercer sermón



#CantarEnAdviento Ven a nuestro mundo

Ven a nuestro mundo, 
que tu amor nos salve,
ven a redimirnos, 

ven, Señor, no tardes. 
(bis)

Qué larga es la noche,
como el centinela
que aguarda la aurora

los hombres te esperan;
con la Virgen Madre

te espera la Iglesia…

Qué bella es la noche 

cuajada de estrellas,
si voy de tu mano, 

las veo más cerca;
ya pronto se cumplen,
Señor, tus promesas…

Levanta los ojos, 

del sueño despierta,
que baja el Mesías 

del cielo a la tierra;
prepara el camino 

al Rey que se acerca.

La noche ha pasado, 

el día se acerca,
el “Dios con Nosotros”
ya está en nuestra tierra:
¡el Hijo del Padre 

es Hombre de veras!










#FiguradelBeléndehoy martes 29 de noviembre de 2016

Faltan 26 días para Navidad. ¡Armemos un belén espiritual!
#FiguradelBeléndehoy Visitar, llamar o ayudar de algún modo a alguien enfermo o solo.

#PoesíaEnAdviento Por obra del Espíritu divino




Por obra del Espíritu divino
el Verbo se hizo carne en una Virgen;
por obra del Espíritu la Iglesia
es Virgen fiel y Madre que concibe.

María concibió en el corazón
y en carne sin pecado, pura y libre,
y el mundo se llenó de Dios por ella;
¡dichosa tú y nosotros, pues creíste!

Jesús Mesías, dado por María,
deseo ardiente y súplica de humildes,
nosotros te alabamos, te esperamos:
no tardes en venir por los que gimen! Amén.


Fray Rufino María Grández, "Himnario de Adviento y Navidad".



#PoesíaEnAdviento La visitación de María a su prima Santa Isabel

¿Dónde vais, zagala,
sola en el monte?
Mas quien lleva el sol
no teme la noche.

¿Dónde vais, María,
divina esposa,
madre graciosa
de quien os cría?

¿Qué haréis, si el día
se va al ocaso,
y en el monte acaso
la noche os coge?

Mas quien lleva el sol
no teme la noche.

El ver las estrellas
me causa enojos,
pero vuestros ojos
más lucen que ellas.

Ya sale con ellas
la noche oscura,
a vuestra hermosura
la luz se esconde.

Mas quien lleva el sol
no teme la noche.

Lope de Vega (1562–1635)

#MeditarEnAdviento Del amor que Dios nos manifestó en la encarnación del Verbo


Dios nos creó para amarlo en esta vida y disfrutar después de Él en la otra; pero nosotros, ingratos, nos rebelamos con el pecado y le negamos la obediencia, por lo que fuimos privados de la divina gracia, arrojados del paraíso y además condenados a las penas eternas del infierno. Henos, pues, ya todos perdidos. Pero este Dios, movido a compasión de nosotros, resolvió enviar a la tierra un Redentor que reparase tanta ruina.
Y ¿quien será este Redentor? ¿Un ángel o un serafín? No; para patentizarnos Dios su inmenso amor, nos envió a su mismo Hijo; Dios envió a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado. Envió a su Unigénito a revestirse de la misma Carne que teníamos los pecadores, excepción hecha del pecado, y dispuso que Él, con sus penas y muerte, satisficiese a la divina justicia por nuestros delitos, librándonos así de la muerte eterna y haciéndonos dignos de la gloria perdurable.
Gracias, Dios mío, en nombre de todos los hombres, pues si no hubieras pensado en mi salvación, todos los hombres nos hubiéramos perdido para siempre.
Considera aquí el amor infinito que Dios nos mostró en esta gran obra de la encarnación del Verbo, disponiendo que su Hijo sacrificase la vida a manos de verdugos en la cruz, en medio de un mar de dolores e ignominias, para alcanzarnos el perdón y la salvación eterna. ¡Oh bondad infinita! ¡Oh misericordia infinita! ¡Oh amor infinito! ¡Un Dios hacerse hombre y venir a morir por nosotros, gusanillos!
¡Ah, Salvador mío!, dadme a conocer cuánto me habéis amado, para que a vista de vuestro amor reconozca mi ingratitud. Vos con vuestra muerte me librasteis de la perdición, y yo, ingrato, os he vuelto las espaldas para perderme de nuevo. Me arrepiento sinceramente de haberos hecho tamaña injuria. Perdonadme, Salvador mío, y preservadme en lo futuro del pecado; no permitas que vuelva a perder vuestra gracia. Os amo, querido Jesús mío, pues sois mi esperanza y mi amor.- ¡Oh María, Madre de este excelso Hijo, encomendadle mi alma!

San Alfonso María de Ligorio, "Meditaciones fe Adviento" (Meditación 1)


#MeditarEnAdviento Pide una señal


Hemos escuchado a Isaías tratando de persuadir al rey Acaz para pedirle una señal, de parte del Señor, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo. Escuchamos también su respuesta insincera, bajo capa de piedad. Por este motivo se atrajo la reprobación de aquel que escruta el corazón y descubre las intenciones del hombre. Responde Acaz: No pido ninguna señal; no quiero tentar al Señor. Habíase engreído Acaz en la altura de trono real, y era astutamente hábil en su expresividad.
El Señor había inspirado a Isaías: "Marcha y di a ese zorro que pida una señal en lo hondo del abismo". Y es que el zorro tiene madriguera. Y, si baja al abismo, encontrará al que sorprende a los taimados en sus astucias. Dice el Señor: "Vete y di a ese pajarraco que pida una señal en lo alto del cielo". El pájaro tiene su nido. Pero, si sube al cielo, allí está el que se enfrenta a los soberbios y pisa con poder los cuellos de los orgullosos y de los altivos. No le interesa buscar una señal del poder sublime o de la incomprensible profundidad. Por eso, el mismo Señor promete una señal de bondad a la casa de David. Para que, al menos, la manifestación del amor atraiga a quienes ni el poder ni la sabiduría atemoriza.
Entendemos la expresión en lo profundo del abismo como la caridad personificada. En ningún otro fue tan total. Bajó incluso al abismo muriendo por los amigos. Y en este sentido se manda a Acaz que se estremezca ante la majestad del que reina en lo alto o que se abrace a la caridad del que baja al abismo. El que no piensa en la majestad con temor ni medita en la caridad con amor, se vuelve enojoso a los hombres y a Dios. Por eso, el Señor mismo os dará la señal; en ella va a hacer sensible la majestad y la caridad. Ved que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, que se llamará Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.
No escapes, Adán, que Dios-está-con-nosotros. Nada te mas, hombre; no te espantes ni siquiera oyendo el nombre de Dios, Dios-está-con-nosotros. Con nosotros, en la semejanza de la carne; con nosotros, en la necesidad. Llegó como uno de nosotros, por nosotros, semejante en todo, capaz de sufrir.
Por fin, dice: Comerá requesón y miel. Que equivale: Será niño y tomará alimentos de niño. Hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien. Este bien y este mal que oyes hacen referencia al árbol prohibido, el árbol del delito. Comparte con nosotros mucho mejor que el primer Adán. Escoge el bien y rechaza el mal; no como aquel que amó la maldición, y recayó sobre él, y que no quiso la bendición, quedándose lejos de él. En el texto mencionado: Comerá requesón y miel, podrás darte cuenta de la elección que hace este niño. Que su gracia nos acompañe para que eso que hace lo podamos experimentar dignamente de algún modo también nosotros y expresarlo de una manera accesible a todos.
Dos cosas pueden hacerse con la leche de oveja: requesón y queso. El requesón es mantecoso y jugoso; el queso, por el contrario, es seco y consistente. Supo escoger bien nuestro niño, pues al comer el requesón rehusó el queso.; Quién es aquella oveja extraviada que hacía el número cien y dice en el salmo: Me extravié como oveja perdida. Es la raza humana. La busca el pastor compasivo, y deja a las otras noventa y nueve en el monte. Dos cosas hallarás en esta oveja: una naturaleza dulce y una naturaleza buena; tan buena, sin duda, como el requesón. Y, junto a ella, la corrupción del pecado, como el queso.¡Qué bien ha elegido nuestro pequeño! Se abrazó a nuestra naturaleza sin el más mínimo contagio de pecado, pues se lee de los pecadores: tienen el corazón espeso como grasa. La levadura de la maldad y el cuajo de la perversidad tan corrompido en estos corazones la pureza de la leche.
Hablando de la abeja, pensamos en la dulzura de la miel y en la punzada del aguijón. La abeja se alimenta de azucenas y habita en la patria florida de los ángeles. Por eso voló hacia la ciudad de Nazaret, que significa flor. Y se llegó hasta la perfumada flor de la virginidad perpetua. En ella se posó. Y se quedó adherida. El que enaltece la misericordia y el Juicio, a ejemplo del Profeta, no ignora la miel ni el aguijón de esta abeja. Sin embargo, al venir a nosotros trajo sólo la miel y no el aguijón; es decir, la misericordia sin el juicio. Por eso, en aquella ocasión en que los discípulos intentaron persuadir al Señor a que lloviera fuego y arrasara la ciudad que se había negado a recibirle, se les replicó que el Hijo del hombre no había venido a condenar al hombre, sino a salvarlo.
Nuestra abeja no tiene aguijón. Se ha desprendido de él cuando, entre tantos ultrajes, mostraba la misericordia y no el juicio. Pero no confiéis en la maldad, no abuséis de la confianza. Algún día, nuestra abeja volverá a tomar su aguijón y lo clavará con toda su fuerza en los tuétanos de los pecadores. Porque el Padre no Juzga a nadie, pero ha delegado en el Hijo la potestad de juzgar. Por ahora, nuestro niño se mantiene de requesón y miel desde que unió en sí mismo el bien de la naturaleza humana con e de la divina misericordia, mostrándose hombre verdadero y sin pecado, Dios compasivo y encubridor del juicio.
Me parece que con esta expresión queda claro quién es esta vara que brota de la raíz de Jesé y quién es la flor sobre la cual reposa el Espíritu Santo. La Virgen Madre de Dios es la vara; su Hijo, la flor: Flor es el Hijo de la Virgen, flor blanca y sonrosada, elegido entre mil; flor que los ángeles desean contemplar; flor a cuyo perfume reviven los muertos; y, como él mismo testifica, es flor del campo, no de jardín. El campo florece sin intervención humana. Nadie lo siembra, nadie lo cava, nadie lo abona. De la misma manera floreció el seno de la Virgen. Las entrañas de María, sin mancha, íntegras y puras, como prados de eterno verdor, alumbraron esa flor, cuya hermosura no siente la corrupción, ni su gloria se marchita para siempre.
¡Oh Virgen, vara sublime!, en tu ápice enarbolas al santo. Hasta el que está sentado en el trono, hasta el Señor de majestad. Nada extraño, porque las raíces de la humildad se hunden en lo profundo.¡oh planta auténticamente celeste, más preciosa que cualquier otra, superior a todas en santidad!¡Arbol de vida, el único capaz de traer el fruto de salvación! Se han descubierto, serpiente astuta, tus artimañas; tus engaños están a la vista de todos. Dos cosas habías achacado al Creador, una doble infamia de mentira y de envidia. En ambos casos has tenido que reconocerte mentirosa, pues desde el comienzo muere aquel a quien dijiste: No moriréis en absoluto; la verdad del Señor dura por siempre. Y ahora contesta, si puedes: ¿qué frutos de árbol podría provocar la envidia en Dios, que ni siquiera negó al hombre esta vara elegida y su fruto sublime? El que no escatimó a su propio Hijo, ¿cómo es posible que con él no nos regale todo?
Ya habéis caído en la cuenta, si no me equivoco, que la Virgen es el camino real que recorre el Salvador hasta nosotros. Sale de su seno, como el esposo de su alcoba. Ya conocemos el camino que, como recordáis, empezamos a buscar en el sermón anterior. Ahora tratemos, queridísimos, de seguir la misma ruta ascendente hasta llegar a aquel que por María descendió hasta nosotros. Lleguemos por la Virgen a la gracia de aquel que por la Virgen vino a nuestra miseria.
Llévanos a tu Hijo, dichosa y agraciada, madre de la vida y madre de la salvación. Por ti nos acoja el que por ti se entregó a nosotros. Tu integridad excuse en tu presencia la culpa de nuestra corrupción. Y que tu humildad, tan agradable a Dios, obtenga el perdón de nuestra vanidad. Que tu incalculable caridad sepulte el número incontable de nuestros pecados y que tu fecundidad gloriosa nos otorgue la fecundidad de las buenas obras. Señora mediadora y abogada nuestra, reconcílianos con tu Hijo. Recomiéndanos y preséntanos a tu Hijo. Por la gracia que recibiste, por el privilegio que mereciste y la misericordia que alumbraste, consíguenos que aquel que por ti se dignó participar de nuestra debilidad y miseria, comparta con nosotros, por tu intercesión, su gloria y felicidad. Cristo Jesús, Señor nuestro, que es bendito sobre todas las cosas y por siempre.

San Bernardo, "Sermones de Adviento".


#CantarEnAdviento Tiempo de Adviento

Ven, Señor Jesús, 
es el clamor del pueblo de Dios.
Ven, Hijo de Dios,
no tarde más, queremos volver. 

El pasado con el nacimiento de Jesús, 
el presente caminando al lado del Señor,
el futuro la segunda venida de Dios,
estemos preparados que ya viene el Salvador.

En el pasado está la senda que nos lleva a Dios,
en el presente prepararnos con lo que enseñó, 
en el futuro la alegría de estar con Dios,
no nos desanimemos que ya vuelve el Redentor.

Tiempo de Adviento, tiempo de reflexionar.
Tiempo de esperanza, tiempo de preparación.
Tiempo de arrepentimiento y de sanación,
tiempo que nos lleva a la segunda Navidad.


Letra y música: Orlando Ponce











#FiguradelBeléndehoy lunes 28 de noviembre de 2016

Faltan 27 días para Navidad. ¡Armemos un belén espiritual!
#FiguradelBeléndehoy Ayudar a alguien en la calle

#PoesíaEnAdviento Vendrá con gran poder, con fuerte gloria

Vendrá con gran poder, con fuerte gloria,
vendrá a saciar los ojos que le buscan,
y al juntar en sus plantas Nube y Tierra,
será la Tierra meta de su ruta.

La Tierra para él peana y cielo,
morada nueva, huerto sin la tumba,
su Tierra patria, Tierra de vivientes,
la Tierra prometida, herencia suya.

Vendrá con el fulgor de la sentencia,
vendrá con la piedad a quien acuda
buscando sólo gracia en su mirada,
cubierto con su paz y vestidura.

Vendrá veloz, furtivo y repentino,
como el hombre malvado en noche oscura;
vendrá como el esposo entre cantares,
esperado con lámparas y alcuzas.

Vendrá y será su adviento nuestro cielo,
su alegría el final de nuestra lucha;
oh Cristo, rompe tú la rebeldía
destruye en ti la cólera absoluta.

Oh Cristo, que viniste y que vendrás,
Hijo eterno, Señor de gloria suma,
acoge con tu gran misericordia
y en tu venida reina con ternura. Amén.

Fray Rufino María Grández, "Himnario de Adviento y Navidad".




#MeditarEnAdviento Los seis aspectos del Adviento

Hoy, hermanos, celebramos el comienzo del Adviento. Este apelativo, como el de casi todas las solemnidades, es familiar y conocido en todos los lugares. Sin embargo, no siempre se capta su sentido, pues los desgraciados hijos de Adán se despreocupan de los auténticos y saludables compromisos y van a la zaga de lo caduco y transitorio. ¿A quiénes se parecen los hombres de esta generación? ¿Con quiénes los compararemos, viendo que son incapaces de arrancarse de los consuelos terrenos y sensibles? Se parecen a los náufragos que zozobran en el mar. Fíjate cómo se agarran a lo poco que tienen. No sueltan por nada del mundo lo primero que llega a sus manos, sea lo que sea, aunque no sirva para nada. Son como raíces de grama o algo por el estilo. Si alguien se acerca a ellos para ayudarles, lo atenazan de tal modo que no pueden ni ofrecerles sus auxilios sin menoscabo de su salvación. Así se anegan en este inmenso mar; y perecen, miserables, afanándose en lo caduco y relegando los apoyos firmes, únicos remedios para salir a flote y salvarse.
Se dice a propósito de la verdad, no de la vanidad: La conoceréis y os librará. Hermanos, a vosotros, como a los niños, Dios revela lo que ha ocultado a sabios y entendidos: los auténticos caminos de la salvación. Recapacitad en ellos con suma atención. Enfrascaos en el sentido de este adviento. Y, sobre todo, fijaos quién es el que viene, de dónde viene y a dónde viene; para qué, cuándo y por dónde viene. Tal curiosidad es encomiable y sana. La Iglesia universal no celebraría con tanta devoción este Adviento si no contuviera algún gran misterio.
Ante todo, fijaos con el Apóstol, estupefacto y atónito, cuán importante es este que viene. Según el testimonio de Gabriel, es el Hijo del Altísimo; y Altísimo él también. No se puede ni pensar que el Hijo de Dios sea una realidad inferior al Padre. Creemos que es idéntico a él en sublimidad y grandeza. ¿Quién ignora que los hijos de príncipes sean príncipes, y reyes los hijos de reyes? ¿A qué se debe que, de las tres personas que creemos, confesamos y adoramos en la soberana Trinidad, venga el Hijo y no el Padre ni el Espíritu Santo? Supongo que tiene que haber algún motivo. Pero ¿quién conoció el designio del Señor? ¿Quién fue su consejero? La venida del Hijo no tuvo lugar sin un previo consejo sublime de la Trinidad. Mas, si consideramos el motivo de nuestro destierro, quizá podamos intuir la conveniencia de que el Hijo nos otorgara la liberación.
Aquel lucero, hijo de la aurora, en un intento de usurpar la categoría del Altísimo, incurrió en latrocinio por el hecho de equipararse a Dios, propiedad exclusiva del Hijo. Y al instante cayó precipitado, porque el Padre se celó del Hijo. Parece como si hubiese ejecutado esta sentencia: Mía es la venganza; yo daré lo merecido. En un momento vemos caer a Satanás de lo alto como un rayo. ¿Por qué te enalteces, polvo y ceniza? Si Dios no aguantó a los ángeles soberbios, ¿cuánto menos a ti, pobre y gusano? Aquel lucero nada hizo, nada realizó. Sólo admitió un pensamiento de soberbia. Y en un instante, en un volver de ojos, se hundió sin remedio. Porque, según el Profeta, no se mantuvo en la verdad.
Os ruego, hermanos míos, que ahuyentéis la soberbia; ahuyentadla de continuo. La soberbia es la raíz de cualquier pecado. Ella ofuscó al instante, con la eterna tiniebla, al lucero más brillante que todos los astros juntos; y transformó en diablo a quien era ángel, y primero de entre los ángeles. De aquí que, ardiendo de envidia por el hombre, inyectó en él la iniquidad que había concebido en sí mismo. Le persuadió a que, cavando del árbol prohibido, se hiciese como Dios, versado en el bien y en el mal.
¿Qué ofreces, qué prometes, desgraciado, si el Hijo del Altísimo tiene la llave del saber? Aún más, ¿si él es la llave, llave de David, que cierra y nadie es capaz de abrir? En él se esconden todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento; y tú, ¿vas a robarlos perversamente para regalarlos al hombre? Daos cuenta según el dicho del Señor, que éste es el mentiroso y padre de la mentira. Ya fue un mentiroso cuando recapacitó: Me igualaré al Altísimo. Se destacó como padre de la mentira cuando arrojó en el hombre la semilla de su falsedad, diciendo: Seréis romo dioses. Eso mismo eres tú si ves al ladrón y corres con él. Recordad, hermanos, lo que nos ha dicho esta noche Isaías, dirigiéndose al Señor: Tus príncipes son infieles, o desobedientes, según otra versión, y socios de ladrones.
Cierto, nuestros príncipes, Adán y Eva, son el germen de nuestra raza, desobedientes y socios de ladrones. Porque, mediante la persuasión de la serpiente, o del diablo a través de la serpiente, intentan robar lo que pertenece al Hijo de Dios. El Padre no aguanta el insulto ocasionado al Hijo, pues el Padre ama al Hijo, y reclama inmediatamente la venganza en el hombre mismo, haciendo pesar su mano sobre nosotros. Hemos pecado en Adán, y en él recibimos todos la sentencia de condenación. ¿Qué va a intentar el Hijo cuando ve al Padre celarse por él y que se niega a perdonar a las criaturas? "He aquí", dice, "que, por causa de mí, el Padre pierde a sus criaturas". El primer ángel buscó con ahínco mi grandeza tuvo un círculo que confió en él. Pero inmediatamente el ce o del Padre se vengó en su persona. Le hirió a él y a todos los suyos con una herida incurable y le infringió un cruel escarmiento. También el hombre quiso arrebatar e saber que me pertenece; y tampoco tuvo compasión ni lástima de él.
¿Acaso Dios se cuida de los bueyes? Había creado tan sólo dos criaturas nobles, dotadas de razón y capaces de felicidad: el ángel y el hombre. Pero por mi causa perdió muchos ángeles y todos los hombres. Por tanto, para que vea que yo amo a mi Padre, haré que él reciba, a través de mí, a los que, en cierto modo, ha perdido por mi causa. Si por mi culpa sobrevino esta tormenta, dice Jonás, cogedme y arrojadme al mar. Todos me tienen envidia. Pero voy a venir y manifestarme de tal modo que quien me envidie y trata de imitarme le sea provechosa esa porfía. Me doy cuenta, sin embargo, que los ángeles desertores han adoptado una actitud de maldad y perversidad. No han pecado por ignorancia y debilidad. Deben perecer, ya que se negaron a hacer penitencia. El amor del Padre y el honor del rey reclaman la Justicia.
El designio, pues, de Dios al crear a los hombres es que ocupen los lugares que han quedado vacantes y reconstruyan los muros de Jerusalén. Sabía que ya no era posible abrir un camino de retorno para los ángeles. Conocía la soberbia de Moab, un orgulloso incorregible. La soberbia nunca acepta el remedio de la penitencia ni del perdón. Pero no creó otra criatura que reemplazara al hombre caído. Esto era una señal de que iba a ser redimido. Y si una perversidad ajena a él mismo lo desmoronó, una caridad, también ajena, podría serle útil.
Te ruego, Señor: dígnate librarme, que soy débil. Me han sacado de mi país con astucia. Sin hacer mal alguno, me han arrojado aquí, en este calabozo. Reconozco que soy inocente del todo. Pero, si me comparo con mi seductor, me siento, en cieno modo, inocente. La mentira me sobornó, Señor. Que venga la verdad y se descubra la falacia. Que conozca la verdad, y la Verdad me librará; pero de tal modo que reniegue de la mentira descubierta y me adhiera a la Verdad conocida. De lo contrario, ya no sería tentación ni pecado humano, sería obstinación diabólica, pues la perseverancia en el mal es algo diabólico. Y cualquiera que persista, como él, en el pecado, merece idéntico exterminio.
Ya sabéis, hermanos, quién es el que viene. Ahora considerad de dónde y a dónde viene. Viene del corazón del Padre al seno de la Virgen Madre. Viene desde el ápice de los cielos a las regiones más profundas de la tierra. ¿Qué ocurre? ¿Hemos de quedarnos para siempre en la tierra? No nos importaría si se quedara él también. ¿Dónde nos encontraríamos bien sin él? ¿Y dónde mal con él? ¿A quién tengo yo en el cielo?, y contigo, ¿qué me importa la tierra? Dios de mi corazón, mi lote perpetuo. Y aunque camine por las sombras de muerte, nada temo si tú estás conmigo. Ahora me doy cuenta que bajas a la tierra e incluso al mismo abismo, pero no como un vencido, sino como libre entre los muertos, como esa luz que brilla en las tinieblas, pero que las tinieblas no la han comprendido.
Por eso, ni el alma queda en el abismo ni el cuerpo santo conocerá la corrupción en la tierra. Cristo baja y sube para dar la plenitud al universo. De él se ha escrito: Pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos por el diablo. Y en otra parte: Salió contento como un héroe a recorrer su camino; su órbita llega de un extremo a otro del cielo. Con razón exclama el Apóstol: Buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Sería inútil cualquier intento de levantar nuestros corazones si no nos presenta antes al autor de la salvación en los cielos.
Pero fijémonos en lo que sigue. Aunque la materia es abundante, por no decir excesiva, la premura del tiempo no permite largas disertaciones. A quienes consideraban "quién viene" se les dio a conocer la inmensa e inefable majestad. A los que avizoraban "de dónde viene", se les descubrió un largo camino, según aquel testimonio inspirado por el espíritu de profecía: Mirad, el Señor en persona viene de lejos. Y quienes contemplaban "a dónde" venía, se encuentran con un amor infinito e inimaginable: la sublimidad en persona quiere bajar a cárcel tan horrorosa.
¿Podrá alguien ya dudar que este gesto implica una motivación importante? ¿Por qué tan gran majestad, y desde tan lejos, quiso bajar a lugar tan indigno? Cierto, aquí hay algo grande: una inmensa misericordia que rezuma comprensión y una caridad desbordante. Y ¿para qué ha venido? Esto es precisamente lo que ahora debemos inquirir. No es preciso engolfarnos demasiado aquí, estando tan claras las motivaciones de su venida, sus palabras y sus obras. Se lanzó a buscar por los montes a la oveja extraviada, la que hacía el número cien. Y para que libremente alaben al Señor por su misericordia y por las maravillas que hace con los hombres, vino por nosotros. Es maravilloso el amor de un Dios que busca, e incomparable la dignidad del hombre buscado. Por mucho que presuma de esto, no incurrirá en insensatez, porque no se cree señor de sí mismo. Todo su valor procede de quien lo hizo. Todas las riquezas, toda la gloria de mundo, cuanto arrastra el deseo del hombre, es inferior a este orgullo; ni siquiera se le puede comparar. Señor, ¿qué es el hombre para que lo enaltezcas, para que pongas en él tu corazón?
Con todo, quisiera saber qué motivaciones le mueven a venir hasta nosotros o por qué, más bien, no hemos ido nosotros hacia él. Nosotros éramos los necesitados. Y no es costumbre que los ricos se acerquen a los pobres ni en el caso de querer beneficiarlos. Lo más razonable, hermanos, era que nosotros fuéramos a él. Pero tropezábamos con un doble impedimento. Nuestra vista era muy débil. Y él habita en una luz inaccesible, mientras que nosotros, postrados y paralíticas en el catre, no podíamos alcanzar tanta sublimidad. Por este motivo, el Salvador, todo bondad y médico de las almas, bajó de su altura, y su claridad alivió los ojos enfermos. A ese cuerpo que tomó glorioso y purificado de toda mancha, lo vistió de cierto resplandor. Es aquella nube ligerisima y resplandeciente en la que montaría el Señor, según predicción del Profeta, para bajar a Egipto.
Ya es hora de considerar el tiempo en que llega el Salvador. Llega, sí, y creemos que no os pasa desapercibido; pero no al principio ni en el fluir del tiempo, sino al fin. Y no aconteció a la ligera. Hay que pensar que la sabiduría lo dispone todo con acierto; en las circunstancias más necesarias, nos brinda su ayuda, y sabía muy bien que somos hijos de Adán, propensos a la ingratitud. Ya atardecía y el día iba de caída; se estaba poniendo ya el sol de justicia, y su resplandor y calor se apagaban en la tierra. La luz del conocimiento divino era muy tenue; y, al crecer la maldad, se enfriaba el fervor de la caridad. Ya no se dejaba ver el ángel, ni hablaba el profeta; habían claudicado, como vencidos por la desesperación, ante la dureza y obstinación de los hombres. Pero yo, exclama el Hijo, dije entonces: "Voy". Así, así: Un silencio sereno lo envolvía todo; y, al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa, Señor, viene desde el trono real. El Apóstol lo intuyó y exclamó: Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo. La plenitud y la abundancia de las cosas temporales había acarreado el olvido y la indigencia de las realidades eternas. Llegó oportuna la eternidad, precisamente cuando dominaba lo temporal. Por citar sólo un detalle, la misma paz temporal fue tan extraordinaria en aquel tiempo, que el decreto de un hombre repercutió en todo el mundo.
Ya tenéis a la persona que llega; dos lugares, el de origen y el de destino. No desconocéis tampoco la causa ni el tiempo. Sólo queda una cosa: el camino por donde viene. Y lo hemos de buscar con suma diligencia, pues vale la pena salir a su encuentro.
Si para realizar la salvación en la tierra vino una sola vez en carne visible, para salvar cada alma viene cada día en espíritu e invisible, como está escrito: El Espíritu que está delante de nosotros es Cristo el Señor. Y para que sepas que esta llegada espiritual es imperceptible, continúa: A su sombra viviremos entre los pueblos. Y si el enfermo no puede salir muy lejos al encuentro de tan excelente médico, intente, al menos, alzar la cabeza y erguirse un poco hacia el que viene. No tienes que cruzar los mares. No necesitas atravesar las nubes ni pasar los Alpes. Ni te señalan un camino muy largo. Sal tú mismo al encuentro de tu Dios. A tu alcance está la Palabra; la tienes en tus labios y en tu corazón. Entrégate a la compunción del corazón y la confesión de tus labios. De este modo saldrás del basurero de tu miserable conciencia, porque es indigno que entre allí el autor de la pureza. Todo esto queríamos decir sobre esta venida; por el se digna esclarecer con su poder invisible las inteligencias de cada uno de nosotros.
Examinemos ahora el camino de su venida invisible, porque sus caminos son agradables, y sus sendas tranquilas. Dice la esposa: Vedle llegar saltando entre los montes, brincando por los collados. Mira, hermosa, al que llega. Antes reposaba y no lo podías ver. Has dicho: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas, dónde reposas. Su reposo apacienta a los ángeles en aquellas regiones eternas. Los sacia con la visión eterna e inmutable. Pero no te ignores, hermosa, porque esa visión está fuera de tu alcance; es tan sublime que no la abarcas. Ha salido de su santa morada, el que con su reposo apacienta a los ángeles, ya ha comenzado a actuar y nos sanará. Y si antes, reposando y apacentando, era invisible, en adelante se le verá venir apacentando. Vedle venir saltando sobre los montes, brincando por los collados. Montes y collados son los patriarcas y los profetas. Lee el pasaje de las genealogías y fíjate cómo vino saltando y brincando: Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, etc.
En estos montes brotó, como verás, la raíz de Jesé. De ella, según el profeta, salió una vara, y de la vara brotó una flor. Y el Espíritu septiforme se posó sobre la flor. Esto lo ha manifestado con mayor claridad el mismo profeta en otro pasaje: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se llamará Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros. Primero lo llama flor y después Emmanuel. Y a la que había llamado vara, de manera aún más clara la denomina virgen. Pero es preciso que nos reservemos para otro día la consideración de este sacramento. Vale la pena ocuparse de este asunto en otro sermón. Este de hoy ya ha sido lo suficientemente largo.

San Bernardo, "Sermones de Adviento".





#CantarEnAdviento Canten con gozo

Les anunciamos el gozo de Adviento
con la primera llama ardiendo.
Se acerca ya el tiempo de la salvación,
Dispongamos la senda al Señor.

Canten con gozo, con ilusión:
ya se acerca el Señor (bis).

Les anunciamos el gozo de Adviento 
con la segunda llama ardiendo.
El primer ejemplo Cristo nos dio,
Vivir unidos en el amor.

Les anunciamos el gozo de Adviento
con la tercera llama ardiendo.
El mundo que vive en la oscuridad,
Brille con esta claridad.

Les anunciamos el gozo de Adviento
miren la cuarta llama ardiendo.
El Señor está cerca, fuera el temor,
Estar a punto es lo mejor.



Domingo I de Adviento: invitación a la vigilancia

«Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Mt 24,42); «Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento» (Mc 13,33ss); «Estad siempre despiertos» (Lc 21,35)
El Señor viene y se nos invita a esperarlo vigilantes, en vela, despiertos, con nuestra lámpara encendida... Ésta es la propuesta de este domingo y el acento de esta primera semana de Adviento.





La corona de Adviento

La corona o guirnalda de Adviento es un elemento que nos ayuda a recorrer este tiempo especial de preparación a la Navidad.
Se arma con ramas u hojas verdes, dispuestas como un aro, sobre el que se colocan cuatro velas, una para cada domingo del Adviento.
Normalmente tres son de color morado -el color penitencial de este tiempo litúrgico- y una de color rosado, correspondiente al Domingo de Gaudete (tercer domingo de Adviento).
A veces se dispone una quinta vela en el centro, que suele ser blanca, para encender el día de la Navidad.
Al encender cada vela, se lee algún pasaje de la Palabra, se dice una oración y se entona un canto.
Las coronas se utilizan tanto en las iglesias como en las casas.
Cada domingo se enciende una vela, indicando que la luz de Cristo crece a medida que se acerca la Navidad.
"La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cf. Mal 3,20; Lc 1,78)", explica la Congregación para el Culto Divino.
¡Enciende una luz!


Lee más:
-Liturgia de la corona de Adviento
-Origen, significado y bendición de la corona de Adviento






El calendario de Adviento

El calendario de Adviento es una lista de buenas acciones y propósitos, uno por día, hasta llegar a la Navidad. Es una buena forma de preparación, usualmente utilizada en la catequesis para niños, pero válida para todas las edades.
Es un lindo ejercicio armar un calendario individual, familiar o comunitario.
Desde aquí, lo proponemos a diario bajo el título de #FiguradelPesebredehoy, pero hay muchísimas variantes para hacerlo y vivirlo, desde plasmarlo en un simple papel hasta seguirlo en formato digital.

-Calendario virtual de Adviento





#FiguradelBeléndehoy domingo 27 de noviembre de 2016


Faltan 28 días para Navidad. ¡Armemos un belén espiritual!
A partir de hoy, cada día, una "figura" del belén, pesebre o nacimiento diferente para colocar a los pies del Niño.
#FiguradelBeléndehoy Hacer tres propósitos concretos para vivir este Adviento

Adviento, camino hacia la Navidad

Hoy comienza el tiempo de Adviento y, con él, un nuevo año litúrgico.
Este tiempo especial, de preparación a la Navidad, se inicia cada año el domingo más próximo al 30 de noviembre y concluye el 24 de diciembre.
La palabra "adviento" proviene del latín "adventus" y significa "venida", "llegada", y su sentido como tiempo litúrgico es prepararnos para la venida del Señor.
Este período litúrgico tiene dos partes: la primera, desde el primer domingo de Adviento hasta el 16 de diciembre, en la que el acento está puesto en la espera de la venida del Señor al final de los tiempos; y la segunda parte, del 17 al 24 de diciembre, que está orientada al misterio de la Encarnación.
"Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (Cf. Ap 22, 17)", señala el Catecismo de la Iglesia (524).
Es un tiempo especial, de reflexión, penitencia y oración. No se trata solo se "hacer memoria" del acontecimiento histórico del nacimiento de Jesús, sino también de revisar cómo le damos acogida hoy al Señor en nuestros corazones y de renovar nuestra esperanza en su venida gloriosa. Así, este tiempo atraviesa pasado, presente y futuro y nos orienta al Dios-con-nosotros.
¡Feliz tiempo de Adviento!

Para profundizar:
-Adviento, texto del padre Eduardo Sanz de Miguel, ocd.
-La gracia del domingo 29 de noviembre de 2015, vídeo de fray Nelson Medina, op.