#MeditarEnAdviento Nuestro Señor de hace prisionero por amor

Considera la vida penosa por la que pasó Jesucristo en el seno de su Madre, debido a la prisión tan estrecha y obscura de nueve meses. Cierto que los otros niños están en el mismo estado, pero no sienten las incomodidades, pues no las conocen pero Jesús las conocía bien, ya que, desde el primer instante de su vida, tuvo perfectísimo uso de razón. Tenía sentidos y no podía valerse de ellos; tenia ojos y no podía ver; lengua, y no podía hablar; manos, y no las podía extender; pies, y no podía andar; así que, durante los nueve meses que estuvo en el seno de María, estuvo como muerto encerrado en el sepulcro: Contado soy con los que al hoyo bajan,- cual de heridos que yacen en la tumba. Era libre, porque se había hecho voluntariamente prisionero de amor; pero el amor le privaba del uso de la libertad y lo tenía tan estrechado con cadenas, que no podía moverse. ¡Oh gran paciencia del Salvador!, exclama San Ambrosio al pensar en las penas de Jesús mientras estaba en el seno de María. Fue por consiguiente para el Redentor el seno de María cárcel voluntaria porque fue prisión de amor, mas no prisión injusta. Ciertamente que era inocente, pero se había ofrecido a pagar nuestras deudas y satisfacer por nuestros delitos. Con razón, pues, la divina justicia lo tiene así encarcelado, comenzando con esta pena a exigir de El mismo la merecida satisfacción.
Mira a lo que se reduce el Hijo de Dios por amor de los hombres: se priva de su libertad y se encadena para librarnos de las cadenas del infierno. Mucho, pues, merece ser reconocida con gratitud y amor la gracia de nuestro libertador y fiador, quien no por obligación, sino solo por afecto, se ofreció a pagar y pagó nuestras deudas y nuestras penas, dando por ellas su vida divina: No olvides los favores de quien te dio fianza, – pues que ha dado por ti su alma.
Sí, Jesús mío; con razón me advierte el profeta que no me olvide la inmensa gracia que me hicisteis. Yo era deudor y reo, y vos, inocente. Vos, Dios mío, quisisteis satisfacer por mis pecados con vuestras penas y con vuestra muerte. Y después olvidé esta gracia y vuestro amor y me atreví a volveros las espaldas, como si no fuerais mi Señor, y el Señor que me amó tanto. Mas, si en el pasado lo olvidé, no quiero, Redentor mío, olvidarlo en lo futuro. Vuestras penas y vuestra muerte serán mi continuo pensamiento, y ellas me recordarán siempre el amor que me tuvieseis. Maldigo los días en que, olvidado de cuanto padecisteis por mí, abusé tan malamente de la libertad que me disteis para amaros y empleé en despreciaros. Esta libertad que me disteis, hoy os la consagro. Libradme Jesús mío, de la desgracia de verme de nuevo separado de vos y hecho nuevamente esclavo de Lucifer. Encadenad a vuestros pies a esta mi pobre alma, a fin de que no se aparte más de vos. Padre eterno, por la cautividad que el Niño Jesús padeció en el seno de María, libradme de las cadenas del pecado y del infierno.
Y vos, Madre de Dios, socorredme. Lleváis dentro, aprisionado y estrechado, al Hijo de Dios. Pues, ya que Jesús es prisionero vuestro, hará cuanto le digáis. Decidle que me perdone y que me haga santo. Ayudadme, Madre mía, por aquella gracia y honor que os hizo Jesucristo de habitar nueve meses en vuestro seno.

San Alfonso María de Ligorio, "Meditaciones fe Adviento" (Meditación 21)



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