
No envíes mensajero, ven tú mismo,
no mandes a tu Ángel en campaña;
no otorgues protector ni des a nadie
el mando y el consuelo de tu vara.
Tu Gloria abrasa, quema los pecados;
y somos todos dignos de tu llama;
mas eres Padre, pródigo en perdones,
y más glorioso cuanto más agracias.
Por eso, ven tú mismo, Padre Santo,
y muestra entre nosotros tu llegada;
levántanos, condúcenos, corrígenos,
mas tú, tan sólo tú, con mano blanda.
O envíanos tu propio corazón
mandando al Unigénito del alba,
a aquel que viene y entra hasta la médula
y nunca por venir de ti se aparta.
Que venga el Verbo y haga su aposento
en todo gozo, en toda pena y lágrima;
y sea nuestra crónica y camino
su historia verdadera y cotidiana.
¡Oh Padre que mandaste a Jesucristo,
nacido del amor de tus entrañas,
envíanos con él, a gloria tuya,
el don de tu ternura y tu alabanza! Amén
Fray Rufino María Grández, "Himnario de Adviento y Navidad".
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