Jesús, hermano y guía en el Espíritu,
oyente al corazón del Padre bueno:
radiante el rostro, cálida la espera,
pedías con pasión su pronto Adviento.
Que Dios implante, Santo, su presencia,
se rasgue el cielo y vénganos su Reino;
y cúmplase la voz de los Profetas,
y acabe ya el fin de este destierro.
Pusiste tu cobijo en esperanza
viviste en profecía hasta el extremo,
y Dios era tu casa y tu vestido,
tu pan, tu voz, tus ojos y tu aliento.
Y tanto, Hijo del hombre, tú pedías
su gloria, su perdón y advenimiento,
que el Padre te escuchó, a ti inclinado:
que fueras tú su Signo verdadero.
Te viste a ti avanzar entre las nubes,
cual Rey de reyes, Rey del universo
Jesús, Hijo del hombre, clementísimo,
Señor de las naciones y los pueblos.
¡Glorioso Adviento, Cristo, de tu Padre,
a ti, exaltado en cruz, nos acogemos:
que seas tú la amable Parusía,
pues eres nuestro único trofeo! Amén.
Fray Rufino María Grández, "Himnario de Adviento y Navidad".
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